Antes de empezar, cojamos aire.
Os voy a hacer una pregunta, una reflexión, de esas que no gustan. Cosas en las que no nos gusta pensar y que preferimos pasar por alto. Porque... ¿Quién quiere que le recuerden sus errores?
Bien, en una ocasión escuché que el único modo de sentirse libre es hablar de los sentimientos que no nos gustan, de nuestros errores. Es muy fácil decir que somos los mejores, que hemos sacado un diez, que nuestra vida va a las mil maravillas.
Pero en el momento en que nos hundimos, ya no queremos saber nada de nadie. Preferimos estar solos, autocampadecernos, pensar que el mundo tiene la culpa y que somos unos incomprendidos.
Yo he pasado por eso, he caído en el pozo y he encontrado un modo de salir.
Principalmente gracias a una persona a la que le debo más que a nadie en esta vida. Sé que vosotros no la conocéis, pero sin ella ya habría dejado todo esto hace mucho tiempo. No me averguenza decir que la necesito, a pesar de que ahora viva a 1200 km de mí. Necesito hablar con ella, que me de consejos, ideas, soluciones.
Todos necesitamos a alguien en nuestra vida. Todos necesitamos sentirnos seguros y queridos, pero no solemos demostrarlo. Preferimos hacernos los duros que llorar.
Últimamente se me ha dado por ponerme sentimental cuando hablo con ella. Y en ocasiones me siento estúpida, pero sé que ella me entiende.
Y que cuando necesite a alguien, siempre podré contar con ella.
Esta primera entrada va por ti, P. A pesar de que no puedas leerla por el momento.
Amigas como tú hay pocas. O tal vez ninguna.
Gracias por estar ahí.

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